Paul Duncum
Escuela de Arte y Diseño. University of Illinois at Urbana-Champaign
La cultura visual como base para una educación en artes visuales
La cultura visual como base para una educación en artes visuales
Resumen
Este trabajo explora la forma en que la
cultura visual cotidiana puede constituir la base para una nueva educación en
artes visuales. Como punto de partida, toma los campos matrices de los Estudios
de Cultura Visual: los Estudios Culturales, los Estudios de Cultura Material y
la práctica del arte contemporáneo. También explora un enfoque en el que los propios
educadores de arte son pioneros. Las propuestas que encontramos actualmente en
la literatura de la especialidad para una educación artística
reconceptuializada se derivan de tales enfoques, y este trabajo explora las
direcciones hacia las que nos lleva cada una de ellos. Aunque dichos enfoques
comparten muchas similitudes, también hay diferencias significativas entre
ellos y tienen consecuencias de gran alcance en cuanto a la forma de definir
nuestro campo. Mientas que los Estudios Culturales se centran principalmente en
sistemas de signos muy conocidos, como la televisión, los Estudios de Cultura
Material se refieren a una serie de experiencias mucho más amplia, y ambos
implican una importante redefinición de la educación artística. En cambio,
trabajar a partir de la práctica del arte contemporáneo supone estar al
corriente de los nuevos procesos evolutivos dentro del mundo artístico, pero
como una gran parte de la educación artística no es contemporánea del mundo
artístico, también este enfoque implica una revisión considerable.
En la práctica, los profesores de arte son
eclécticos, y utilizan cada uno de estos enfoques para crear el suyo propio.
La cultura visual como base para una educación
en artes visuales contemporáneas
Este trabajo explora la forma en que la
cultura visual cotidiana ya constituye la base de una educación en artes
visuales renovada y musculosa. El punto inicial de este recorrido son los
campos matrices de la cultura visual: los Estudios Culturales, los Estudios de
Cultura Material y la práctica artística del arte contemporáneo. También
comentaré un enfoque que, si bien es deudor de las disciplinas citadas, surge
como cosecha propia entre los educadores de arte. Las propuestas que
encontramos actualmente en la literatura de la especialidad para una educación
artística reconceptualizada, se derivan de tales enfoques, y en este artículo
exploraré las direcciones hacia las que nos lleva cada uno de ellos. Aunque
dichos enfoques comparten muchas similitudes, también hay diferencias significativas
entre ellos y tienen consecuencias de gran alcance en cuanto a la forma de
definir nuestro campo. Mientas que los Estudios Culturales se centran
principalmente en sistemas de signos muy conocidos, como la televisión, los
Estudios de Cultura Material se refieren a una serie de experiencias mucho más
amplia, y ambos implican una importante redefinición de la educación artística.
En cambio, trabajar a partir de la práctica del arte contemporáneo no implica
una reformulación radical, aunque sí que supone estar al corriente de los
nuevos procesos evolutivos dentro del mundo artístico, en la medida en que
abarca la cultura visual cotidiana. En la práctica, los profesores de arte son
eclécticos, y utilizan cada uno de estos enfoques para crear el suyo propio.
Estudios Culturales
En primer lugar, el estudio de la cultura
visual le debe mucho a los Estudios Culturales, que son un campo
interdisciplinario complejo. Originados en Inglaterra a principios de la década
de 1960, pero ahora internacionales, abarcan principalmente el estudio de las
prácticas significantes, tanto en términos de las experiencias vividas por las
personas como de la dinámica estructural de la sociedad (véase. Hall, 1996;
Williams, 1983). Se basan en la creencia de que la sociedad está estructurada
alrededor del dominio y que las prácticas significantes son siempre un medio
para establecer y mantener el poder, pero que las personas pueden resistirse y
negociar el significado por sí mismas. Los Estudios Culturales se desarrollaron
a partir de los estudios de literatura, pero pronto abarcaron varias formas de
cultura popular, especialmente la televisión, teniendo en cuenta la manera en
que las grandes empresas de capital global intentan estructurar la idea que las
personas tienen de sí mismas y la idea que tienen de la cultura popular. El
campo más reciente de los Estudios de Cultura Visual, que no surgió con fuerza
hasta mediados de los años noventa, también es un campo muy variado —derivado
de la sociología, de los estudios sobre medios de comunicación y de la historia
del arte [1], aunque algunos de sus defensores están claramente en deuda con
los Estudios Culturales. Por ejemplo, Bernard (1998) escribe:
«Existen personas en posiciones de poder y
status desiguales, y la cultura visual se puede considerar como la vía por la
que dicha estructura de desigualdades empieza a hacerse posible, y luego se
puede continuar o cuestionar. Estas posiciones de poder y status son el
producto de un sistema económico concreto: el capitalismo.» (p. 18)
Como campo, los Estudios de Cultura Visual
engloban dos aspectos fundamentales: los objetos visuales y nuestra forma de
mirarlos, lo que Hooper-Greenhill (2000) denomina «the seen and the seer» (lo
visto y el que ve) (p. 108). En este sentido, no difieren del campo de la
Estética Filosófica, en la medida que se interesan por la descripción de los
objetos de estudio y la naturaleza de la mirada estética. La diferencia más
importante es que los Estudios de Cultura Visual consideran una serie de
artefactos mucho más amplia y un número mucho mayor de formas de mirar que la
Estética Filosófica. También convierten en complejas las condiciones en las que
miramos. «Incluyen el examen de todas las prácticas, representaciones y
mediaciones significantes relacionadas con el hecho de mirar y ver» (p. 14).
«Los Estudios de Cultura Visual tratan el
significado de la imagen en el cine, la fotografía, la televisión, la
publicidad o la pintura … También se ocupan de lo que se muestra, y de la
visión y la visualidad en lugares de espectáculo; es decir, los marcos sociales
para mirar y ver, los lugares en los que se mira y se ve, y las relaciones
entre el sujeto que ve y el objeto que es visto.» (p. 107)
Sturken y Cartwright (2001) definen la cultura
visual como «los aspectos de la cultura que se manifiestan en forma visual
—cuadros, impresos, fotografías, películas, televisión, vídeo, anuncios,
imágenes de noticias e imágenes científicas» (p. 4). Estos autores estudian
imágenes para analizar qué imágenes nos hablan de las culturas en las que se
han producido», pero también estudian «maneras de responder a la visualidad,
tal como se representan en los estudios de espectadores o de audiencia, y los
patrones psicológicos y sociales de su forma de mirar». (p. 6).
El impulso para la emergencia de la cultura
visual en esta época es la observación de que las sociedades de la información
de alta tecnología son sociedades visualmente saturadas. Aunque las
descripciones de dichas sociedades como postipográficas parece prematura, no
hay duda de que las imágenes visuales tienen un papel sin precedentes, tanto en
el mundo del trabajo como en el del ocio. Cada vez más, los que vivimos en
sociedades de la información vivimos a través de las imágenes; además, las
imágenes se refieren cada vez más a otras imágenes. Muchas personas están
empezando a tener dificultades para distinguir entre las imágenes y la
realidad. Las imágenes parecen haberse convertido en lo real, en vez de seguir
siendo la expresión o representación de una realidad constituida de otra forma.
Además, como ya observó Platón hace mucho tiempo, la imaginería puede ser muy
seductora.
Sin embargo, mientras que hoy en día las
imágenes están por todas partes, hay una gran diferencia entre ver imágenes y
reflexionar sobre lo que vemos, por no hablar de la comprensión de las
instituciones que producen la imaginería que vemos. Esta diferencia hace que
exista la necesidad urgente de una educación que trate directamente las
imágenes que constituyen el mundo de nuestros estudiantes.
Considerar la cultura visual desde el enfoque
de los Estudios de Cultura Visual tiende a empezar y terminar en ámbitos
culturales contemporáneos. El currículo académico puede contextualizar los
ámbitos con referencias históricas, incluidas las referencias a la historia del
arte, pero sigue centrándose firmemente en la experiencia de las imágenes
cotidianas contemporáneas, que hoy son el producto del capital empresarial.
Por ejemplo, Taylor (2000) empezó mostrando a
sus alumnos de instituto un videoclip de Madonna. Típico del género, incluía
imágenes espectaculares y contradictorias, una profusa distribución de símbolos
y referencias al arte y unas letras que, al tomar todo el conjunto, son al
mismo tiempo algo fascinante y un reto a la comunicación coherente. Primero se les
planteó a los alumnos preguntas como qué significaba el vídeo, qué símbolos
habían visto y de dónde creían que procedían las ideas. Después de ver el vídeo
por segunda vez y de formular otras preguntas, los estudiantes empezaron a
investigar los aspectos del vídeo que les resultaban más interesantes. Un
estudiante investigó las conexiones con el mundo de Frida Kahlo, otro con Rene
Magritte, otro con las danzas de los derviches giróvagos. Otro alumno consideró
la posibilidad de que se estuviera castigando a Madonna por ser soltera, mujer,
poderosa y rica, mientras que otros estudiantes examinaron los efectos
especiales y el maquillaje. Para organizar un material tan dispar como los
resultados de sus investigaciones, las imágenes relacionadas con ello y sus propias
ideas y respuestas visuales, los estudiantes desarrollaron hipertextos
informáticos que de una forma exploratoria efectuaban posibles conexiones de
estilo y tema entre el videoclip, las ideas, el arte y otras fuentes visuales.
Ejemplos de otros educadores de arte que han explorado la cultura visual desde
la perspectiva de los Estudios Culturales son Green (1997) sobre programas de
televisión infantiles, Stuhr y Ballangee-Morris (2001) sobre la violencia en
los medios de comunicación, Duncum y Smith-Shank (2001) sobre las imágenes
eróticas en los medios, Duncum (2002a) sobre los espectáculos de lucha en
televisión y las imágenes de niños en los medios (2000), Garber (2002) sobre
los estereotipos raciales en los cómics populares, Toko (2001) sobre los manga
japoneses y Jagodzinski (1995/1996) sobre la violencia en las películas para
adolescentes y las imágenes de la tragedia del 11 de septiembre en los medios
de comunicación (2002).
La ventaja de este enfoque es que empieza en
los ámbitos culturales que forman parte de la vida cotidiana de los
estudiantes, y los trata directamente. Es algo que está enraizado en la
experiencia de los estudiantes. Su inconveniente principal es que requiere una
reconceptualización de la educación artística, y a los profesores les puede
parecer que no tiene nada que ver con enseñar arte. Analizar un anuncio de
Coca-Cola como una estrategia del capitalismo empresarial está muy lejos de
contemplar un Monet como la percepción de una sensibilidad individual.
Estudios de Cultura Material
En contraste con las propuestas anteriores,
Blandy y Bolin (2002) ofrecen un buen argumento para rechazar el enfoque de los
Estudios de Cultura Visual en favor del enfoque mucho más amplio adoptado por
los Estudios de Cultura Material. Su consideración es que si bien la cultura
visual examina una serie de modalidades comunicativas fundamentales en la vida
contemporánea, tiende a ignorar una extensa serie de artefactos cuyo
significado se suele pasar por alto. Los Estudios de Cultura Material se centran
en nuestra «relación con lo cotidiano, lo corriente y lo banal» (Attfield,
2000, p. 3). La comida, por ejemplo, suele ser una marca de identidad y una
manifestación de creencias y valores. Coca-Cola y Big Mac son algo más que
comida: Globalmente, son iconos de todo lo que los Estados Unidos significan
para la gente. No es solo la promoción visual de los productos lo que es
importante, sino también los propios productos, incluso cuando los productos
son aparentemente funcionales.
Esto significa que la serie de artefactos que
se pueden estudiar como cultura material es extraordinariamente amplia, desde
la comida hasta la pesca con mosca. El campo de la cultura material es tan
extenso, que la palabra cosas es un
descriptor primordial de su centro de interés, con lo que tiene poco sentido
hablar de un canon. Algunos nombres alternativos de los Estudios de Cultura
Material evocan la extensión del campo que abarcan. Entre ellos encontramos artefact studies (estudios de los
artefactos), anonymous history (historia
anónima), pots and pans history
(historia de los cacharros) above –ground
archaeology (arqueología sobre tierra) y physical folklore (folclore físico) (en Schlereth, 1982, p. 6). Y
para dejar claro que los artefactos corrientes son significantes, Petroski
escribió un libro de 434 páginas sobre la historia social del lápiz (1991), así
como varios capítulos sobre alfileres, tenedores y clips sujetapapeles (1993).
Igual que los Estudios de Cultura Visual, los
Estudios de Cultura Material son multidisciplinares, e incluyen «las
sensibilidades de artesanos, tecnólogos, historiadores del arte, folcloristas,
geógrafos culturales, y otros»
[itálicas mías] (Kingery, 1996, p. 1). Lo que les une es que «aprenden a partir
de cosas» (p. 1) cuyo significado suele ser confuso y que se deben leer en
términos de mito y metáfora. Algunos especialistas que se dedican
principalmente al material de la
cultura material tienden a centrarse «en las características de los objetos
puestas conscientemente allí por quienes los hacen», mientras que los que se
dedican principalmente a la cultura
de la cultura material se concentran más en las creencias y prácticas en el
momento de la fabricación y uso, y «exploran aspectos de objetos que expresan
inadvertidamente los patrones de creencias subyacentes …, y consideran tanto lo
excluido como lo que está presente» (Prown, 1996, p. 20). Ellos leen «el
artefacto como parte de un lenguaje mediante el que la cultura dice lo que
piensa» (p. 21-22).
El impulso a favor de la cultura material es que
los pensamientos no solo se expresan en las cosas materiales, sino que las
cosas contribuyen realmente a crear nuestras vidas cotidianas. Nos pasamos más
tiempo tratando con objetos que con personas, y usamos los objetos como
marcadores de identidad y significado. Como afirma Pearce S. (1997): «Las
personas hacen menos cosas que las
que son hechas por cosas» (p. 2). Esta autora señala que, como humanos, podemos
tener sentimientos apasionados, e incluso amargos, sobre el significado
simbólico que atribuimos a los objetos sobre nosotros:
«Consideremos la cólera
generada por algunas modas para la mujer, o la bandera de un equipo de fútbol
contrario, o los objetos de "otra" cultura» (p. 2). Mediante nuestra
imaginación, reconfiguramos, reinterpretamos y rehacemos constantemente
nuestros entornos físicos organizados por nuestra imaginación, lo cual, a su
vez, alimenta constantemente nuestra imaginación. Nos alimentamos del mundo
físico de los objetos para generar significado. Los objetos corrientes
«transmiten y condensan» ideas sobre el mundo y nuestro lugar en él (Myers,
2001, p. 3), de modo que el vínculo entre artefactos e identidad es una
característica intrínseca y profunda de la experiencia social.
Muchos estudiantes de cultura material se
centran en la vida cotidiana contemporánea. Attfield (2000) describe su
proyecto como un análisis del «papel interactivo de los objetos físicos
fabricados para hacer que el mundo moderno sea un lugar humano» (p. 1) y Pearce
S. (1997) se centra en «las formas en que las cosas materiales están siendo
experimentadas por la sociedad contemporánea». Dado que una de las
características principales de lo contemporáneo es el consumismo, los Estudios
de Cultura Material tienen mucho que decir sobre los productos de consumo. Ideas,
valores y creencias, especialmente en cuanto a las relaciones sociales,
circulan a través de la compra y el desarrollo de productos de consumo.
Consumir, y crear nuestras propias combinaciones de elementos consumibles, e
incluso negarnos a consumir, son los principales medios a través de los que nos
constituimos a nosotros mismos en relación con los demás. En una cultura
consumista y una economía capitalista, generar significado a través del
intercambio de objetos es fundamental para ser un animal social.
Entre los ejemplos de estudios de educación
artística en los que han influido los Estudios de Cultura Material encontramos
el estudio de Wagner-Ott (2002) sobre las muñecas Barbie y los personajes de
acción, el estudio de Pistolesi (2002) sobre la iconografía de Elvis y el
estudio de Stokrocki (1997) sobre los disfraces, las calabazas y las
decoraciones de Halloween. La exhortación de Klein y Agostinone-Wilson (2001) a
los educadores de arte para que se conviertan en turistas críticos también
encaja en esta categoría. Los autores empezaron examinando una serie de
recuerdos para turistas de dos estados muy diferentes de los EE.UU. porque
contribuyen a estructurar la identidad local. Entre tales recursos había
tarjetas postales, camisetas, museos de historia locales, parques temáticos,
que se describen como «souvenirs por los que pasear», monumentos a la guerra
civil (no políticos), reliquias y recreaciones y, por último, incluso etiquetas
de los dollar stores. Analizaron lo
que se ofrece simultáneamente al consumo público y lo que se deniega, y de qué
forma tales recuerdos estructuran una narrativa dominante acerca de
determinadas localidades. Entre las cuestiones que se ofrecen para guiar a los
profesores en la clase, encontramos cómo representan los souvenirs el pasado,
el presente y a los «otros». Cómo confieren autenticidad y perpetúan una
ideología dominante del lugar desestimando las contradicciones.
La ventaja de un enfoque basado en los
Estudios de Cultura Material más que en los Estudios de Cultura Visual es que
nada queda fuera; todos los objetos son susceptibles de apropiación para
generar significado. Además, la cultura material destaca la naturaleza material
de los objetos, lo que se aproxima más a los intereses del profesional que
trabaja en un estudio. El inconvenientes es que, en efecto, pone las fronteras
mucho más lejos, por lo que puede parecer que está poco relacionada con el
mundo artístico del que la educación artística, al menos en apariencia, ha
seguido el ejemplo.
Combinar los Estudios de Cultura Visual y de
Cultura Material
Es evidente que existen diferencias entre los
Estudios de Cultura Material y los Estudios de Cultura Visual; por ejemplo,
entre los lápices y las imágenes de televisión (véase Hooper-Greenhill, 2000).
Los primeros son tridimensionales; las segundas son bidimensionales. Los
lápices se conciben pensando en una función utilitaria, y solo inadvertidamente
comunican valores y creencias, mientras que la televisión es intencionadamente
un canal de comunicación. Y mientras que la cultura material se interesa por la
naturaleza material de los objetos, los Estudios de Cultura Visual se interesan
mucho más por las condiciones de visionado.
Sin embargo, los dos campos de estudio tienen
mucho en común. El motivo de que haya muchas similitudes es que comparten una
definición general de cultura parecida. Ambos rechazan la consideración de la
cultura como un refinamiento personal, o como las obras de una sensibilidad
determinada, ya que solo representa una parte muy selectiva de lo que es la
cultura. Además, ambos rechazan el concepción antropológica de la cultura como
toda una forma de vida, ya que es demasiado general. En cambio, ambos adoptan
una concepción de la cultura como prácticas significantes, no como objetos
específicos, sino como las relaciones sociales, los valores, las creencias y
las prácticas de los que los objetos son una parte constitutiva. Ambos ven la
cultura como algo corriente, y a ambos les interesa por igual el contexto.
No es de extrañar que cuando Bernard, un educador
de arte, confecciona una lista de objetos a estudiar incluya elementos que
entran adecuadamente en los temas de interés de ambos campos. Su lista incluye
artefactos utilitarios, artefactos relacionados principalmente con la
comunicación, y tanto artefactos bidimensionales como tridimensionales:
Moda, tejidos, alfarería y cerámica, secadores
de pelo, afeitadoras, coches, arquitectura, paisajismo, publicidad, imágenes
personales, de empresas y populares, cine, televisión, entornos informáticos,
juegos, páginas de Internet, diseño de periódicos y revista, tipografía,
productos y envases de todo tipo. (Barnard, 1998, p. 108).
Entre los educadores de arte, Barnard no es el
único en ser ecléctico. Por ejemplo, el número de Otoño 2002 de Visual Arts
Research (Duncum, 2002b) contenía 11 artículos que trataban un ámbito de la
cultura visual-cum-material. Algunos
de ellos se encuadran más claramente en el campo de la cultura visual. Aquí
incluyo a Tavin sobre la publicidad en las revistas, Freedman sobre la televisión
y Krun sobre los medios de comunicación electrónicos, como Internet. Por otro
lado, el trabajo de Congdon sobre la cultura del surf, que trata ampliamente el
diseño de las tablas de surf, se basa más en la cultura material. Otros ámbitos
culturales parecen ser deudores de ambos tipos de estudios, como sucede con el
artículo de Stanley sobre los parques temáticos, el trabajo de Webb sobre
enclaves turísticos y promoción, el de Smith-Shank sobre celebraciones sociales
y el de Stokrocki sobre galerías comerciales. Cada uno de estos ámbitos incluye
materiales tridimensionales que se han concebido deliberadamente para
comunicar. Otros ejemplos de cruces entre los Estudios de Cultura Visual y los
Estudios de Cultura Material dentro de la educación artística son los de
Delacruz (2002) sobre las mascotas futbolísticas y Pearce (1997) sobre la
Policía Montada del Canadá.
En efecto, estos educadores de arte están
influenciados tanto por los Estudios de Cultura Visual como por los Estudios de
Cultura Material. Ambos campos son distintivos, pero en la actualidad existe
una considerable fertilización cruzada entre ellos, y su despliegue por parte
de los educadores de arte refleja su estado altamente líquido. Los Estudios de
Cultura Visual aún son un campo emergente, y aunque la cultura material tiene
una historia mucho más larga, en la actualidad está sujeta a un considerable
replanteamiento teórico (Myers, 2001). Dada esta fluidez teórica y el cruce de
fronteras, resulta apropiado que los educadores de arte acudan a ellos para
crear una educación artística que combine ambos campos y en la que se trate:
1. Objetos bidimensionales y tridimensionales
2. Objetos claramente simbólicos y objetos
utilitarios cuando se apropien como simbólicos
3. Objetos concebidos deliberadamente y
inadvertidamente para comunicar
4. Las condiciones de visualización y la
materialidad de los objetos.
Quizá el ejemplo más amplio de un educador que
emplee este enfoque ecléctico es el libro de Stanley (1998) sobre la exhibición
de las culturas históricas e indígenas en museos y parques temáticos de todo el
mundo. En su trabajo trata objetos bidimensionales y tridimensionales, objetos
utilitarios y su exhibición, y las complejas relaciones entre lo visto y el que
mira. Sus temas incluyen la tensión entre el uso y el significado originales de
los artefactos y las condiciones en las que se ven actualmente, así como las
tensiones entre educación y entretenimiento, entre historia y etnografía, por
un lado, y placer por el otro. El autor se pregunta, por ejemplo, ¿cómo se
puede lograr cierta noción de autenticidad cuando la principal fuente de
ingresos son turistas en busca de placer?
Práctica del arte contemporáneo
Un tercer enfoque adoptado por los educadores
de arte respecto a la cultura visual es abogar por su estudio desde la
perspectiva de la práctica y la crítica del arte contemporáneo, y en la
actualidad una cantidad sustancial de práctica es en forma de crítica. No hay
que confundir esto con el interés que algunos educadores de arte han sentido
por la apropiación, por parte del mundo artístico, del arte de las personas
corrientes: artes vernáculas y colecciones de aficionados. Durante algún
tiempo, el mundo artístico ha incorporado prácticas vernáculas sobre la base de
dar voz a expresiones idiosincrásicas y valores sociales. Y los educadores de
arte han seguido esta pauta. Entre los estudios realizados por educadores de
arte dirigidos a revalorizar las prácticas vernáculas en términos del status
otorgado a las bellas artes se encuentran los de Blair (2000) sobre el arte de
los forasteros, Kan (2001) sobre los graffiti, Ballangee-Morris (1997) sobre la
cultura de la montaña, Lai y Ball (2002) sobre el arte de los patios traseros,
y numerosos estudios de Manley-Delacruz sobre el arte popular (p. ej., 1999).
Estos estudios están motivados por el deseo de ofrecer a determinados ámbitos
el capital cultural del mundo artístico. Se podría decir que estos ámbitos de
arte vernáculo y popular emergen del fondo y llegan a la superficie.
Lo nuevo es que ahora el educador de arte
observa que el mundo artístico está adoptando la cultura visual del capitalismo
empresarial; es decir, una expresión cultural que, a diferencia de las
prácticas vernáculas, se impone desde arriba. Esta observación, a su vez,
refleja las realidades sociales a las que responden los estudios sobre la
cultura visual y material.
El enfoque de la cultura visual a través del
mundo artístico lo apoyan dos argumentos complementarios. En primer lugar, los
educadores de arte aducen que la educación artística debería estudiar la
cultura visual contemporánea tal como la conceptualizan los artistas y críticos
de arte de hoy, y señalan que una parte del arte contemporáneo trata la cultura
visual que hay más allá del mundo artístico. Consideran que esta circulación de
imaginería visual es una relación bidireccional; la cultura popular toma
elementos de la imaginería del mundo artístico y ahora el mundo artístico toma
elementos de los medios de comunicación. Cada vez más, el mundo artístico
ofrece un espacio para la reflexión y la crítica sobre la cultura de masas
global. En segundo lugar, los educadores de arte aducen que la práctica del
arte contemporáneo y posmoderno se basa en el análisis crítico y ofrece a la
educación artística el modelo de lo que Sullivan (2002) denomina «la mentalidad
informada críticamente».[3] Mientras que antes el mundo artístico podía haber
parecido dominado por consideraciones formalistas, y desarrollar una mentalidad
apreciativa era algo apropiado, hoy el mundo artístico está claramente dominado
por las investigaciones intelectuales y la crítica. De esto se deduce que la
educación artística debería desarrollar unos hábitos mentales críticos
similares. Conjuntamente, estos dos argumentos cubren tanto el proceso como el
producto de una gran parte del mundo artístico contemporáneo.
Ambos argumentos los desarrollan con ejemplos
los autores en la antología de Gaudelius y Speirs (2002). Todos los grandes
artistas, declara Nadadner, han dado espectacularidad a la vida cotidiana y nos
han ayudado a considerar su importancia, y como la vida cotidiana de hoy es un
bosque de signos en los medios de comunicación, es de esperar que los artistas
reciclen las imágenes que aparecen en ellos. Y de esta forma, mediante la
ilustración, Wyrick investiga con sus alumnos la forma en que los artistas se
han apropiado de los medios de comunicación de noticias y los han criticado en
sus obras. La autora examina, por ejemplo, cómo han reaccionado los artistas
ante grupos estigmatizados, como los enfermos de SIDA, los grupos étnicos y
otras minorías. Los estudiantes se inspiran en estos artistas para crear sus
propias respuestas visuales. Jeffers utiliza imágenes de la cultura visual para
hacer arte de una forma que comenta cómo contribuye la cultura visual a
estructurar nuestras vidas cotidianas. Sus alumnos de educación artística
preprofesional, viendo que pasaban más tiempo en sus coches que en sus casas,
confeccionaron un modelo de salpicadero en el que amontonaron elementos sacados
de sus propios coches, que incluían discos compactos, zapatos, comida basura de
McDonald’s, etc. Marshall examina a artistas que utilizan artefactos
encontrados como los puntos de entrada a la cultura y la identidad, y
proporciona lecciones ejemplares que incluyen souvenirs turísticos como las
cúpulas transparentes con paisajes nevados de Chicago en su interior. Milbrant
emplea el despliegue de medios de comunicación de masas y publicidad de Barbara
Kruger para criticar la idea de originalidad.
Las evidentes ventajas de este enfoque son que
incorpora tanto el bagaje de una perspectiva crítica como el enraizamiento en
la disciplina principal, con la que los educadores de arte están más
familiarizados. Por otro lado, el inconveniente es que trata la cultura visual
indirectamente, y existe el peligro de que los estudiantes lo perciban como un
medio para restar importancia a su experiencia cultural, en favor del capital
cultural de otros.
Arte y cultura visual
Un cuarto enfoque, que he denominado arte y cultura visual, podría considerarse surgido de la
práctica de la educación artística. En este caso, en vez de beber de otras
disciplinas, los educadores de arte, aunque también estén influenciados por los
enfoques anteriores, han desarrollado sus propias soluciones docentes prácticas.
Este enfoque supone encontrar vínculos entre el mundo artístico, pasado y
presente, y la cultura visual contemporánea o la cultura material de fuera del
mundo artístico. Esto es posible sobre la base de unos temas, aspectos, ideas o
funciones sociales comunes. Por ejemplo, Wilson (2000) describe varios
proyectos de estudiantes basados en hipertextos que se mueven alternativamente
entre el mundo artístico —pasado y presente— y la cultura visual popular. Un
estudiante creó un programa sobre la identidad sexual que iba desde imágenes de
Marcel Duchamp hasta imágenes de Marlene Dietrich, desde cuadros de Edward
Manet hasta fotografías de Marylyn Monroe. Otro estudiante, analizando la forma
en que la cultura se inscribe en el cuerpo, consideró tanto a los artistas como
Cindy Sherman que usan sus propios cuerpos en su trabajo artístico, como la
reciente obsesión por los tatuajes. Y tratando el tema de la invisibilidad
cultural, otra estudiante se sirvió de anuncios de jabón y el arte de la performance para producir ella misma una
representación de este tipo.
Al proponer programas, he sugerido empezar por
los espectáculos de lucha en televisión y usarlos para remontarnos en la
historia del arte, descubriendo que estos enormes y musculosos hombres haciendo
poses, transportando cabezas cortadas y luchando con serpientes
—características recientes del género— tienen largos precedentes históricos
(Duncum, 2002). He animado a los estudiantes a plantear preguntas como: ¿La
masculinidad tiene que suponer bravuconería y violencia? ¿En qué medida los
estereotipos de raza y de los extranjeros contribuyen a que se comprenda menos
a los demás?
Otro punto inicial sería la retransmisión
televisiva del Mundial de Fútbol, que tiene vinculaciones con otros
acontecimientos espectaculares, como las concentraciones nazis, los combates de
los gladiadores romanos y los cuadros realmente grandes de los siglos xviii y
xix. Cada uno de estos ámbitos plantea cuestiones sobre la naturaleza y la
función de los espectáculos y nuestra respuesta hacia ellos.
Hace poco recopilé un recurso docente para la
publicación estadounidense Art Education,
que se publicará en marzo de 2003. Como trampolín utilicé una fotografía
familiar y sugerí que los alumnos no solo aprendieran conscientemente los
códigos de la fotografía familiar, sino que también reflexionaran sobre ellos
para comprender cómo y por qué han evolucionado. Sugerí que se dejara que los
estudiantes hablaran de sus experiencias de ser fotografiados y examinaran
cuadros de familias de los siglos xvii, xviii y xix, observando diferencias de
formalidad en las posturas, la expresión facial, la indumentaria, el escenario
y la acción, y lo que todo esto implica en cuanto a las relaciones familiares.
También sugerí preguntar si la fotografía familiar es sexista y si excluye, en
la misma medida que incluye, y por lo tanto estructura, una falsa idea de la
vida familiar. Recomendé preguntar si la fotografía familiar llega a implicar
una invasión de la privacidad, y si puede ser un juego de poder desde un lado
de la cámara o desde ambos lados.
También utilicé una fotografía de un souvenir
que era un demonio de Tasmania de peluche vestido de motorista para plantear
preguntas sobre el turismo. Empecé sugiriendo a los alumnos que confeccionaran
sus propios souvernis turísticos que reflejaran su forma de entender el lugar
en que vivían, así como un póster turístico que incluyera lo que los
estudiantes consideraran interpretaciones estereotipadas del carácter nacional,
estatal o local. Continué sugiriendo que los estudiantes hicieran una lista del
tipo de objetos turísticos usados como recuerdo en siglos anteriores,
escribiendo: «Investigad las prácticas de los historiadores de arte europeos
que saquearon las civilizaciones antiguas y dónde se encuentran ahora sus colecciones.
Estudiad cómo fue que algunos exploradores europeos incluso capturaron a
personas indígenas para exhibirlas en espectáculos populares al regresar a
Europa».
Por último, utilicé una imagen de la web
comercial de «Art Teacher Barbie», donde se nos dice que Barbie introduce a
Kelly en el «maravilloso mundo del arte», y ambas tienen brazos que se mueven
de manera que puedan dibujar y pintar. Sugerí que los alumnos confeccionaran
sus propios productos de consumo y campañas de marketing, pero guiados por
aspectos éticos en cuanto al consumismo. Por ejemplo, en mercados
caracterizados tanto por el marketing de masas como por el marketing
segmentado, ¿el consumo es una cuestión de ser como los demás o de
diferenciarse de los demás? Al observar la forma en que el consumismo, por un
lado, delimita claramente los grupos sociales y, por otro, agota de los
recursos, ¿no será que el consumismo, más que aportar, lo que hace es dividir?
También sugerí analizar precedentes históricos, en este caso comparando anuncios
del siglo xix, los cuales, a diferencia de mucha de la publicidad actual, se
basan más en las palabras que en las imágenes.
La publicidad de nuestros día, igual que el
panorama cultural en general, es mucho más visual que nunca, que es el punto en
el que se inició este trabajo. Y esto es lo que la educación artística está
empezando a reconocer.
En la práctica
En la práctica, en el aula, ¿qué importancia
tiene por dónde empecemos? ¿Importa que nos basemos en los Estudios Culturales,
en los Estudios de Cultura Material, en la práctica y la crítica del arte
contemporáneo o que desarrollemos nuestro propio método? Yo no creo que esto
tenga ninguna importancia. Considero que cada uno de estos puntos iniciales
ofrece perspectivas valiosas y que la educación artística se beneficia bebiendo
de cada uno de ellos. Las diferencias son reales, pero se pueden usar para
complementarse mutuamente. Lo que importa es que basemos la educación artística
en que los estudiantes tengan la oportunidad de analizar de una forma crítica
su propia experiencia cultural, de una manera que no solo les permita llegar a
conocer algo de las presiones y los procesos contemporáneos que actúan sobre
ellos, sino que les dé la oportunidad de tener su propia voz.
Notas
1. Para encontrar más definiciones, véase
Barnard (1998) y Mirzeoff (1999).
2. Esto es mediante el contraste de la
«mentalidad imaginativa» o la «mentalidad apreciativa» de las anteriores
materializaciones de la educación artística.
3. Aunque la investigación para este trabajo
se inicio antes de la reciente descripción que hacen Blandy y Bolin de estos
dos campos de la educación artística, estoy profundamente en deuda con su
exhaustiva bibliografía distribuida en la Conferencia de la NAEA del año 2002.
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