Sandra Carli
Doctora de la Universidad de Buenos Aires.
Investigadora del CONICET en el Instituto de Investigación Gino Germani.
Profesora titular de la Facultad de Ciencias Sociales.
Miradas de la infancia desde la Argentina. Los sentidos de la crisis.
Investigadora del CONICET en el Instituto de Investigación Gino Germani.
Profesora titular de la Facultad de Ciencias Sociales.
Miradas de la infancia desde la Argentina. Los sentidos de la crisis.
Introducción:
Esta conferencia tiene por objeto poner en
común una mirada de la situación de la
infancia en la Argentina. Construir una mirada supone, en primer lugar,
establecer una perspectiva, en este caso a partir de una selección arbitraria
de imágenes desde las que ensayar un análisis del presente. En segundo lugar,
desde esas imágenes es posible construir un conjunto de hipótesis sobre la
cuestión de la infancia en sentido amplio. Muchas de las imágenes sobre la
Argentina que en este último año los medios de comunicación han hecho circular
por el mundo muestran una situación de emergencia. Quiero retomar ese concepto
de emergencia en el sentido que ha
rescatado Foucault, en su relectura de Nietzsche: emergencia remite a un punto
de surgimiento, la emergencia se produce siempre en un determinado estado de
fuerzas, designa un lugar de enfrentamiento (Foucault, 1985, pp. 143-144) . En
las diversas emergencias que muestra la situación de mi país, equiparable a
situaciones de otros países de América Latina, la relación entre dominantes y
dominados ha entrado en crisis, ha estallado sin que ello suponga una
recomposición estable que permita anticipar un horizonte certero en el futuro
inmediato, pero la tensión violenta entre el palacio y la calle (figuras utilizadas
por el periodista Miguel Bonasso en un libro reciente que testimonia los hechos
ocurridos en diciembre del año 2001) expresa la inestabilidad y precariedad de
un sistema económico y político que indica —en sentido amplio— los límites
trágicos de los modelos neoliberales implementados durante la década de los
noventa en el mundo.
Ensayaremos, entonces, una mirada de la
situación de la infancia en la Argentina a partir de una serie de imágenes de niños desde las cuales
reconocer rasgos específicos de la infancia, establecer lazos con fenómenos de
diverso tipo, identificar procesos históricos de medio y largo plazo, detectar
marcas o elementos universales, globales y locales, imaginar otras posiciones
de niños y adultos, visualizar construcciones culturales y políticas. Esta
tarea de interpretación pretende desplegar los escenarios de la infancia en la
Argentina y las diversas formas, contenidos y modos de constitución de la
identidad infantil.
Antes de interpretar esas imágenes quiero
establecer algunas reflexiones iniciales para esta mirada. ¿Qué significa
preguntar/reflexionar/explorar el tema de la infancia hoy?. En primer lugar, la
pregunta por la infancia supone ocuparse de analizar las nuevas características
de la experiencia infantil, una experiencia que ha sufrido importantes cambios
en la segunda mitad del siglo xx, generando tanto una mayor distancia cultural
respecto de la experiencia de generaciones anteriores como formas de
continuidad. Pero al mismo tiempo la pregunta por la infancia supone ocuparnos
de nosotros mismos: la infancia evoca invariablemente la memoria de la
experiencia infantil en nuestra biografía adulta, las huellas de un pasado
inscripto en el presente, nos interpela en tanto interlocutores de ese niño
desde diversas posiciones (padres, educadores, políticos, etc.). Por último, la
pregunta por la infancia refiere al problema de la continuidad y modos de
continuidad de la sociedad, a las formas de reproducción humana de una
sociedad.
Desde el punto de vista teórico se hace necesario
pensar el concepto de infancia no como
supuesto, suspender la noción de la infancia como lugar de lo ideal y de la
ahistoricidad, pero también sustraerse de ese lugar retórico al que la
pedagogía y la política han apelado constantemente al referirse a los niños. La
pregunta por la infancia invita a llevar adelante un trabajo de desnaturalización, en la medida en que la infancia no forma parte de una
naturaleza inmutable sino de la historia, y de desmitificación: —la infancia no es lugar dorado— del mito al que
se retorna para sustraerse de la historia. Hablar de la infancia alude a una
construcción histórica, política y cultural, a la construcción de una
representación que será necesario deconstruir en cada caso. Lo que sigue es un
intento de emprender esa tarea.
1) Un niño con delantal blanco
Nuestra primera imagen corresponde a un niño con delantal blanco. Forma parte de una colección de fotos sobre el
guardapolvo blanco realizada por la fotógrafa Verónica Carman. Este niño ya no
es la imagen impecable de un disciplinado alumno de la escuela pública de la
primera mitad del siglo xx, retratado en fotos escolares oficiales. Este niño
viste una bata que no está tan limpia, lleva un buzo atado a la cintura y
cartuchera y cuadernos bajos sus brazos; está inquieto, descontracturado, a la
vez relajado. Podemos imaginar que en ese delantal hay marcas de biromes y
tatuajes, y en su cabeza «peinados nuevos» (como en las letras de Charly
García). En esta foto no hay rostro, el delantal es universal, un traje que
viste a numerosos niños anónimos de las escuelas del país. Delantales que
quedan holgados y cómodos en los primeros años de escuela y que luego se ciñen
a cuerpos en crecimiento, que son largos en los más pequeños y que se acortan a
medida en que la seducción de las niñas se atreve a mostrar el cuerpo;
delantales remendados con rupturas reiteradas de los juegos masculinos, a pesar
de estar hechos con telas más resistentes; objeto de publicidades de jabón en
polvo cada vez más obsesionadas por transmitir su eficacia para la tan deseada
blancura.
Esas imágenes de un niño con delantal blanco
nos dicen varias cosas.
En primer lugar, el delantal constituye un emblema. Según el diccionario el emblema
es un jeroglífico o símbolo acompañado de una sentencia o lema. En el caso
argentino, el delantal blanco es el símbolo
de la escuela pública que indica el acceso igualitario y gratuito a la
educación estatal. La adopción de un uniforme común, en este caso el delantal
blanco se hizo en nuestro país siguiendo el ejemplo de las escuelas francesas,
pero en lugar del blusón negro, gris o azul, se optó por el uniforme blanco por
considerarlo un elemento fácilmente accesible, relativamente barato, operando
como símbolo de austeridad, de homogeneidad y de inclusión social (Dussel,
2000). El delantal blanco es a la vez símbolo local y universal.
El niño con delantal blanco que nos muestra la
foto indica una tradición, la de la
escolaridad pública en la Argentina, un proceso histórico ligado con la
instalación, en las últimas décadas del siglo xix, de un sistema de educación
nacional a cargo del estado y por tanto de un dispositivo de escolarización de
las nuevas generaciones en un país de inmigrantes. Esa escuela pública ha sido
objeto recientemente de distintas interpretaciones, en esas miradas
retrospectivas que siempre surgen en momentos de cierre de ciclos históricos
relativamente estables. Considerada como máquina cultural de imposición de
identidades homogéneas (Sarlo, 1998) o como dispositivo de disciplinamiento
social (Puiggrós, 1990), la escuela pública es ya un objeto histórico, añorada
por su pasada eficacia simbólica o por ser representativa de otro ciclo
cultural del país, o cuestionada por sus efectos estigmatizantes,
homogeneizantes y autoritarios. Sin embargo, esa tradición de la escuela
pública oculta los avatares complejos del origen, cuando predominaba la escasez
material, cuando la miseria era la marca común de los alumnos noveles, cuando
era notoria la inexperiencia de los jóvenes maestros, cuando la desconfianza de
los padres o el trabajo familiar retrasaba el ingreso de los hijos en la
escuela. Esa ocultación de los avatares complejos del origen de esta
institución se liga con la construcción de un mito.
Hoy esta imagen de un niño con delantal blanco
indica una tradición, pero también sus transformaciones:
nos muestra por un lado la persistencia de ideales
igualitarios en la sociedad argentina que la escuela pública encarna por
excelencia, pero también sus límites materiales y simbólicos. El delantal
blanco es un símbolo cuyo lema indica el mandato de educar a todos, pero
también remite a otro de los sentidos de la palabra emblema, que es «adorno en
relieve»: ese delantal es relieve, por detrás de ese adorno superficial está un
niño particular, un conjunto de alumnos cuyas vidas están atravesadas por la
polarización social creciente, por el aumento de las desigualdades sociales que
distancian a pobres y ricos, por la ruptura del modelo de sociedad integrada en
la Argentina. Ese delantal ya no simboliza lo mismo que antes, viste en buena
medida a la masa infantil pobre, no tanto a la mezcla social de la Argentina
predictatorial que ingresaba en la escuela pública, hecho que en alguna medida
vincula la realidad actual con las imágenes de la masa infantil del país de
inmigrantes de principios del siglo xx.
Cuando decimos que el delantal blanco
simboliza ideales igualitarios nos
referimos a la herencia del discurso fundador de la educación pública de
impronta sarmientina, que ubicaba en el ingreso en la escuela pública una forma
de democratización de la población infantil (véase Carli, 2000), tradición
revitalizada en el contexto de las demandas de los gremios de trabajadores
docentes que se multiplicaron durante las últimas décadas en el país. Pero
también nos referimos a la dimensión de ideal,
en el sentido freudiano de imposibilidad, como sustituto del narcisismo perdido
de la infancia. Ideal como promesa de igualdad en el pensamiento moderno de la
educación, heredero de la revolución francesa y en América Latina de las
revoluciones independentistas.
Los ideales igualitarios de la educación son
ideales colectivos, que persisten y perduran, y la sociedad civil es hoy
portavoz de este ideal amenazado por los procesos económicos de las décadas
recientes.
2) Los niños de la escuela del countrie
La segunda imagen que quiero presentar muestra
a un grupo de niños que asisten a una escuela de un barrio cerrado o countrie.
Los rostros sonrientes indican un bienestar común También visten un uniforme,
en este caso buzos y pantalones o polleras deportivas. Se hallan en contacto
con un hábitat natural, en movimiento, disfrutando de un juego colectivo, de un
deporte o de una salida.
Un recorrido por varios ejemplares del
suplemento «Countries» del diario Clarín nos muestra propagandas de las
escuelas privadas dirigidas a la población que vive en barrios cerrados. Esas
propagandas tienen un lema, entre otros: «El contacto con el verde le cambió la
cara a la forma de enseñar», un «estilo de vida verde» dirá Svampa. En la
publicidad, se destila el imaginario de una educación en un hábitat casi rural,
lejano a la ciudad, que genera otro tipo de enseñanza; otra diferencia es el
mayor peso de los talleres, los campamentos, las actividades culturales, que
dista del modelo de la escuela tradicional. Los nombres de las escuelas son
prototípicos: Bartome Mitre Day School, De la Reconquista, Glasgow, IMEI,
Lincoln, Los Robles, Northlands, Saint Mary of the Hills, San Patricio, Sworn
College, nombres que no traducen siempre tradiciones de colegios de larga
presencia en el país sino extrañas combinaciones de localismo y exotismo.
Los rostros de bienestar, más allá de
responder a un estereotipo publicitario y a una estrategia de marketing y de
promoción de las escuelas en los suplementos dedicados al tema de los dos
diarios más importantes del país, indican un bienestar privatizado que no es resultado del estado de bienestar, sino
precisamente de la destrucción del estado de bienestar. Procesos de fuerte
concentración económica y el aumento inédito de la pobreza en los noventa ha
dado lugar, entre otros fenómenos, al surgimiento de formas de urbanización en
zonas alejadas de la ciudad, como garantía de seguridad y estilo de vida propio
(Svampa, 2001). Ese bienestar infantil muestra los efectos, en un sector de
niños de la Argentina contemporánea, de formar parte de una clase privilegiada
durante la década de los noventa, sea una clase históricamente privilegiada o
una clase social ascendente como resultado de las políticas recientes. Esa
imagen del bienestar infantil podría
ser contrastada con las fotos oficiales del peronismo de los años cincuenta
¾multiplicadas en revistas y en noticiarios de los cines¾ que era resultado de
las políticas de un estado proveedor de oportunidades a la población infantil
en su conjunto (vivienda, vacaciones, escuela, etc.).
El uniforme, generalizado en las escuelas
privadas, es en este caso portador de distinción, y no símbolo de inclusión
social sino de diferenciación social.
Es un uniforme que se adapta a los nuevos tiempos, al cambio en las telas, los
tejidos y los modelos, a los usos del cuerpo en el ámbito escolar. A diferencia
del delantal blanco que persiste, ahistórico, el uniforme de la escuela del
countrie varía, condensa la novedad, viste y construye una unidad emergente
entre aquellos que habitan una zona común, homogénea, de iguales desde el punto
de vista del status.
Una investigación reciente ha mostrado cómo
los barrios cerrados se multiplicaron en los últimos años en la Argentina en
zonas alejadas de las urbes. Los niños de los countries se educan en escuelas
de los mismos barrios o cercanas a ellos, que remiten a formas de socialización cerradas y a modelos de
autonomía protegida (Svampa, 1991). Las expectativas familiares de que los
hijos sean socializados en un hábitat cerrado van a contramano de las propias
trayectorias educativas de los padres, muchos de los cuales fueron educados en
escuelas públicas. Se producen formas de discontinuidad generacional en las
trayectorias educativas que tienen la marca de la heterogeneización de la
estructura social y del peso del american
way of life que se ha propagado en las últimas décadas en América Latina,
en el contexto de la globalización de nuevos estilos de vida. Podríamos decir
que se han puesto en marcha «modos de generación escolar» (Boudieu, 1990, p.
358) que están acompañando las modificaciones profundas de la estructura
económica.
En otros países de América Latina los barrios
cerrados tienen una larga tradición, sin embargo en Argentina es un fenómeno
relativamente nuevo. En todos los países significa, sin embargo, la
coexistencia y cercanía del rico con el pobre, del barrio cerrado y protegido
con la villa pobre, del countrie con el piquete como forma de protesta de
desocupados en la carretera, la misma carretera que hombres y mujeres del
countrie (generalmente empresarios o empleados en puestos jerárquicos) deben
tomar para acceder a sus trabajos en el corazón de la ciudad.
La socialización de los niños en barrios
cerrados es indicativa del peso de nuevas distinciones culturales en el campo
de la educación. Las distinciones
culturales, en tanto que resultantes de la clausura del ideal igualitario
en un escenario de políticas neoliberales que han profundizado la fractura
social ya profunda, se multiplicaron ante un sistema educativo más segmentado
después de la dictadura militar (Tedesco y otros, 1983) y acusado de perder
calidad (Tenti Fanfani, 1998). La privatización de la educación ha sido el
signo central de esta última década, y la contracara de la reforma educativa
polémica que sancionó una nueva ley de educación, una nueva estructura del
sistema educativo y una reforma curricular durante los noventa.
En esta última década, tanto la aparición de
nuevos modelos de socialización y de alternativas educativas en el marco la
vida familiar en barrios cerrados, como los debates referidos a la libre
elección de escuela que siguen el modelo norteamericano, indican en los
sectores económicos más favorecidos una crisis del consenso sobre la educación
pública como dispositivo integrador y homogeneizador para toda la población
infantil sin distinciones de origen, una crisis del modo de generación escolar
público y nuevas visiones sobre la educación asentadas en las decisiones
particulares, familiares, privadas.
3) La desnutrición infantil:
La tercera imagen que quería compartir con
ustedes se refiere a la desnutrición
infantil. Las fotos de la desnutrición infantil en la provincia de Tucumán,
ubicada en el norte del país, en la que quizás sea la zona más pobre de la
Argentina, estallaron como reguero de pólvora en estos últimos meses: imágenes
de bebés y niños en cunas de hospital o en brazos de padres o hermanos nos
muestran cuerpitos con el crecimiento retrasado o detenido, de edad
inestimable. Elegir una imagen de un niño en esta situación puede resultar
obsceno: los medios de comunicación han oscilado en estos últimos meses entre
el testimonio del fenómeno y su estetización, entre la denuncia y la
naturalización del hecho.
Por eso preferimos pensar este fenómeno del presente
en tanto que construcción histórica, cultural, política, pero retomando como
imágenes situaciones en las que el hambre infantil se torna motivo para la
construcción de una política que
interviene en la configuración de otros destinos infantiles. Me refiero en este
caso al comedor infantil fundado por Margarita Barrientos en la Villa Soldati,
que atiende a 360 niños y 140 adultos. La creación y el sostenimiento del
comedor no es una forma de filantropía social, muy propia actualmente de los
sectores más ricos, que reproduce viejas formas de beneficencia pero en los
inicios del siglo xxi; es, en cambio, una política social y cultural encarada
por los sectores más pobres de la sociedad civil.
La desnutrición infantil, como cualquier otro
fenómeno que exprese el deterioro de la situación infantil, nos informa del
impacto de las culturas políticas en
los destinos individuales y colectivos, de las tensiones irresueltas entre
políticas nacionales y provinciales, de los fenómenos de corrupción política y
de la ineficacia de las políticas sociales alentadas por organismos nacionales
e internacionales. Desde hace más de una década las escuelas públicas
argentinas tienen, entre sus tareas indelegables, el sostenimiento del comedor
escolar, que se prolongará en los meses de vacaciones, y que da cuenta de la
importancia de la escuela como espacio de representación del estado frente al
conjunto de la sociedad.
La cultura política de estas últimas décadas
en la Argentina ha estado marcada por el pasaje abrupto de la transición
democrática de los años ochenta a la videopolítica de la década menemista, por
la crisis de representación y la creciente corrupción de los partidos políticos
tradicionales, por la internacionalización de las políticas nacionales y por la
subordinación de la política a la economía de mercado (Quevedo, 1999;
Portantiero, 2000, entre otros). Estos rasgos de la cultura política deben ser
pensados para analizar la cuestión de la infancia en la medida en que en este
terreno se expresan problemas específicos referidos a la formulación de
políticas de infancia y a la representación del niño.
La pregunta por la representación del niño es
clave para poder explorar las distintas esferas donde transcurre la vida
infantil (familiar, política, jurídica, etc.). La pregunta por la
representación, tópico central de las ciencias sociales, permite indagar la
lógica y el sentido de la producción de políticas producidas bajo el argumento
de «el bien del niño», en palabras de Alice Miller. La distancia entre representantes
y representados, y la nueva relación entre estado, sociedad civil y mercado, y
entre nación y mundo, atraviesa las políticas de infancia: si bien ellas están
connotadas per se positivamente por corresponder a destinatarios necesitados de
protección, no dejan de estar marcadas por una distancia en el terreno de la
representación que se agudiza en contextos sociales críticos.
Durante buena parte del siglo xx se produjo entre distintos sectores sociales y políticos una disputa por la representación de la población infantil: el estado moderno, la iglesia, sectores de la sociedad civil se disputaron el lugar de representación del niño, de sus necesidades y demandas, de su educación futura, en un ciclo histórico caracterizado por el crecimiento del estado de bienestar.
El cierre de ese ciclo histórico ha dado lugar a un abandono de ese lugar de representación, y a la construcción de un espacio retórico en el que la cuestión de la infancia es objeto de discursos e iniciativas de diverso tipo, y en el que las políticas fragmentadas y parciales no logran atender estructuralmente el problema de la sociedad infantil. La multiplicación y dispersión de propuestas (de organismos no gubernamentales, de organismos internacionales como Unicef, de organismos estatales) y a la vez su vaciamiento de sentido general constituye una muestra de esta transición entre un estado benefactor y lo que se ha llamado «estado malhechor», estado depredador o estado de malestar. Las políticas que desde distintos ámbitos ampliaron el organigrama de instituciones estatales, privadas y civiles en relación a la atención de la infancia fueron creciendo en paralelo al aumento de los procesos de exclusión social de las familias populares.
Durante buena parte del siglo xx se produjo entre distintos sectores sociales y políticos una disputa por la representación de la población infantil: el estado moderno, la iglesia, sectores de la sociedad civil se disputaron el lugar de representación del niño, de sus necesidades y demandas, de su educación futura, en un ciclo histórico caracterizado por el crecimiento del estado de bienestar.
El cierre de ese ciclo histórico ha dado lugar a un abandono de ese lugar de representación, y a la construcción de un espacio retórico en el que la cuestión de la infancia es objeto de discursos e iniciativas de diverso tipo, y en el que las políticas fragmentadas y parciales no logran atender estructuralmente el problema de la sociedad infantil. La multiplicación y dispersión de propuestas (de organismos no gubernamentales, de organismos internacionales como Unicef, de organismos estatales) y a la vez su vaciamiento de sentido general constituye una muestra de esta transición entre un estado benefactor y lo que se ha llamado «estado malhechor», estado depredador o estado de malestar. Las políticas que desde distintos ámbitos ampliaron el organigrama de instituciones estatales, privadas y civiles en relación a la atención de la infancia fueron creciendo en paralelo al aumento de los procesos de exclusión social de las familias populares.
La Convención de los Derechos del Niño (1990)
señala el pasaje a la idea del niño como
sujeto de derecho, por tanto con representación propia, que tiene
consecuencias en la impugnación de la actuación de los representantes (jueces,
padres, estado, etc.). La discusión sobre las formas de la representación se
alinea directamente con la cuestión de la responsabilidad
pública y privada, de allí que las concepciones sobre el crecimiento de los
niños en la trama de las políticas sean claves para analizar los procesos
históricos de estas últimas décadas. Creemos que el nuevo discurso jurídico de
los derechos del niño, que ha tenido notoria difusión durante la última década
en la Argentina y también en el mundo, ha operado en algunas prácticas con
efectos retóricos y en otras como
instrumento para denunciar la caducidad
de un sistema judicial, institucional, político, económico, en suma, de un
orden simbólico. En otras palabras, se ha verificado el predominio del modo
declarativo de los derechos del niño en detrimento de un modo performativo
(Corea, 2001), que podría generar intervenciones y políticas más fructíferas.
4) La movilización de los chicos del Pueblo
La cuarta imagen que querría ver con ustedes
muestra a un grupo de chicos del Movimiento los Chicos del Pueblo descansando,
en el marco de una movilización denominada «Marcha por la Vida» realizada en
defensa de los derechos del niño en el mes de noviembre de este año [2002]. En
ella participaron 300 chicos que recorrieron el interior del país y tardaron 11
días en llegar a Buenos Aires, a la histórica Plaza de Mayo. En la imagen, dos
nenas sonríen con complicidad contagiosa, visten una especie de delantal sin
mangas que hoy identifica a grupos piqueteros y de desocupados. En el fondo de
la foto, un cartel reza «queremos un país para todos». En el tope de la
caravana el cartel principal señala: «En este país hay más funcionarios felices
que niños felices». La principal consigna de la actividad fue: «detrás de cada
chico de la calle hay un padre desocupado», toda una lectura de las condiciones
de producción históricas de los niños de la calle que se retrotrae a la
Argentina a los años ochenta como nefasta herencia de la dictadura militar.
Según el organizador de esta gran marcha,
Alberto Morlaccetti, la movilización es «trascendente, y transformadora, un
elemento de organización y de conciencia». La misma contó con el acompañamiento
de gremios docentes y estatales, de la Federación de Tierra y Vivienda, del
Frente Nacional contra la Pobreza, de Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, de la
agrupación HIJOS. Los niños están acompañados por adultos en una alianza de
sectores, que van desde los gremios de los educadores hasta los organismos de
derechos humanos, que coinciden en el reconocimiento de la importancia del
crecimiento de un niño en condiciones de justicia y respeto.
Esta imagen es la contracara de la
desnutrición infantil, de la construcción política y económica de la
desnutrición infantil. El Movimiento de los Chicos del Pueblo debe ser pensado
aquí como representante de una construcción de la sociedad civil, muy activa en
la Argentina; esa construcción —entre otras de este tipo— condensa trayectorias
biográficas, ideales de distintas épocas predictatoriales y postdictatoriales,
y trayectorias institucionales de trabajo con niños (me refiero en este caso al
Hogar Pelota de Trapo).
En esa imagen hay que leer una política de representación, que es
también una pedagogía de la representación. Giroux ha analizado la política y
pedagogía de la representación en la relación estrecha entre estética, comercio
y política (1996); retomamos aquí esta noción pero para pensar la articulación
entre estética, política y sociedad: también hay construcción de representación
en las luchas sociales y políticas de distintos sectores, en la actividad de
los nuevos movimientos sociales, en las diversas manifestaciones públicas que
distintos sectores protagonizan en la calle y en las plazas.
En este caso la movilización, la larga marcha de los niños constituye una forma de
representación de un colectivo social, colectivo social infantil que recorre un
territorio desmembrado e imaginariamente vuelto a unir por el paso de los
niños; ese paso de los niños muestra a cada población y a cada localidad algo,
enseña, trasmite, liga a unos y otros en una imagen que los medios devuelven al
conjunto, que las exposiciones de fotos de los periodistas gráficos también
ordenan en la forma de un relato que narra una construcción común. Una
movilización infantil de alcance nacional tiene entonces dos dimensiones: una
dimensión organizativa y una dimensión de difusión/iluminación. Según De Ypola,
el concepto de movilización designa un comportamiento deliberativo y de
intervención activa a través de distintos mecanismos en la vida política (1989,
p. 43). La movilización de los niños reconstruye imaginariamente lo que las
políticas neoliberales destruyeron por efecto de las privatizaciones y de las
medidas económicas de esta última década, en particular el cierre de
ferrocarriles que unían las diversas localidades de un país extenso y la
apertura económica desregulada que generó la crisis de la producción nacional.
Construye también una escena política, una esfera pública democrática en la que
debatir por el futuro de un niño que constituye el futuro de un país.
5) Las niñas en el recital de Bandana:
Nuestra última imagen corresponde a un
conjunto de chicas que asiste a un espectáculo cultural masivo, a un megaevento
como fue el recital del Grupo Bandana, un grupo que surge como resultado de un reallity show denominado «PopStars»,
producido por Disney y al que se presentaron 2.500 chicas bajo la consigna «Un
sueño es posible». El grupo está compuesto por 5 chicas seleccionadas con un
promedio de 20 años que constituyen una banda de música pop.
Ese recital convoca a miles de niñas, que
asisten con bandanas (pañuelos) en las cabezas al Teatro Gran Rex, el principal
teatro de espectáculos musicales de la ciudad de Buenos Aires. No miden mucho
más de un metro, van en grupo con sus madres cerca, o en algunos casos las
mismas esperan a sus hijas a la salida porque las entradas para ver el
espectáculo son costosas. Las niñas no pasan de los 12 años, aplauden o golpean
el piso cada vez que nombran a su cantante preferida, corean todas las
canciones, y al finalizar el espectáculo huyen para comprar los productos que
vendedores ambulantes en la puerta del teatro o en el local al lado del mismo
venden, en el primer caso, productos elaborados en los talleres clandestinos de
la ciudad y en muchos casos vendidos por niños, y en el segundo, los productos
«legítimos» del merchandising transnacional.
Extraña y compleja combinación, más aún en
países periféricos, de efectos globalizadores de la cultura transnacional de
productos para niños y de la producción local. La globalización es resultado de
múltiples movimientos, en parte contradictorios, con resultados abiertos, que
implican diversas conexiones «local-global y local-local» (Mato, 1996, en
García Canclini, 1999). Porque esas adolescentes producidas por Disney son
talentos locales (poseen excelentes voces), algunas con historias de pobreza,
todas con sueños de estrellato, en esa exportación del sueño americano al resto
del continente. Combinación de procesos de desterritorialización de los
productos y a la vez de relocalización, propios del proceso de mundialización
de la cultura (Ortiz, 1997, p. 147).
Esta construcción, que sí es representativa de
la relación entre comercio, estética y política, es un producto genuino de la
cultura infantil comercial, que como tal ofrece una combinación de placer y
marketing difícil de resistir para el público infantil (Steinberg y Kincheloe,
1997). Esa cultura infantil comercial forma parte de lo que Renato Ortiz ha
denominado cultura internacional-popular,
caracterizada por la dimensión planetaria, por desempeñar funciones pedagógicas
antes centralizadas por la escuela y por proveer símbolos que corresponden a la
esfera del mercado (1997). Debe analizarse como parte de una pedagogía cultural
encarada por las empresas comerciales (Giroux, 1997) que encuentra en la
población infantil un público clave.
En tanto que producto visual, provee signos de identidad que los medios
repiten diariamente, en el relato fantástico de la formación del grupo y en la
reproducción de sus objetos derivados a través de la publicidad (CD, ropa,
pósters, etc.). Ford (1999) se refiere a ello al señalar la sinergia de la
sociocultura del infoentretenimiento, pues un mismo producto cruza los géneros
televisivos, la publicidad, las bandas de sonido, etc. El espejo mediático,
como uno de los principales interpeladores de la población infantil hoy,
devuelve una imagen que aporta señas de identidad repetidas y reiteradas, si
tenemos en cuenta los datos sobre el aumento de la cantidad de horas de consumo
de televisión y el impacto de la publicidad de productos para niños que
atraviesa cualquier producción televisiva.
Las representaciones sobre la infancia en los
medios resultan de interés en el sentido de que operan como espacio de reconocimiento: la cultura
infantil, como la cultura política, parece también constituirse a partir del
papel activo de los medios. Aquí utilizamos la noción de representación con el
objeto de explorar la dimensión simbólica, ficcional, imaginativa, que se pone
en juego en la construcción de imágenes sobre el niño en el terreno de la
cultura, y en particular de los medios de comunicación (Chartier, 1999). Así
como la dimensión simbólica del estado en tanto instancia de reconocimiento de
la sociedad resulta clave para la percepción de la unidad de una sociedad
(Lechner, 1999), en la medida en que los medios han relevado en cierto modo al
estado de esa función, éstos constituyen un analizador importante en el reconocimiento de la población infantil
como totalidad: los medios como lugar de reconocimiento de la infancia.
Si bien nos estamos centrando en imágenes de
un producto prototípico de la globalización cultural, como es el Grupo Bandana,
cabe pensar también otro tipo de productos culturales para niños, que también
se multiplican en el país. Me refiero a la expansión persistente de la
literatura infantil, de las escuelas de circo y acrobacia, de los espectáculos
teatrales callejeros, de la tradición titiritera, etc. En contextos de fuerte
crisis social, y a pesar de las restricciones existentes, la producción
cultural se expande apelando a recursos imaginativos que suplantan la escasez
material, la creatividad modula buenos y cada vez mejores productos que
enriquecen el paisaje imaginario infantil. Quizás un ejemplo interesante en
esta línea de análisis sea la obra teatral de Hugo Midón, quien en la obra
titulada «Huesito Caracú» explora la mítica vida rural del campo argentino, con
personajes que retoman a personajes de historietas y con diálogos que
desmitifican el folklore, pero que a la vez transmiten historias sobre
próceres, tradiciones y coyunturas de crisis, tan a la argentina.
Algunas conclusiones:
Las imágenes de la infancia en la Argentina
nos indican formas de presencia de los niños, algunas de ellas de larga data y
otras inéditas. Algunas son el síntoma oscuro de los procesos de globalización
y ajuste que han arrasado los países latinoamericanos en estas últimas décadas,
y otras son resultado de la sobrevivencia vital de tradiciones, luchas e
ideales colectivos. En todos los casos, la interacción de marcas globales,
universales y locales da cuenta de la particularidad histórica de los procesos
educativos y culturales, y de la construcción de representaciones sobre la
infancia que distan de dar cuenta de una construcción homogénea.
Diferencias y desigualdades crecientes
atraviesan el cuerpo social de la infancia en la Argentina y dejan sus huellas
propias, según las condiciones materiales de vida en que el crecimiento de un
niño se produce. Volver a leer esas condiciones materiales de la producción
cultural y educativa resulta hoy central para realizar un diagnóstico certero
del alcance de las políticas. En buena medida, se hace necesario pensar, en
sentido amplio, el lugar de los niños en los modos de reproducción humana de la
sociedad argentina.
El crecimiento de las nuevas generaciones se
produce en un escenario en que centenarias instituciones como la escuela
pública coexisten con otras nuevas iniciativas educativas privadas que son el
fugaz resultado de la concentración y la polarización económica. La
socialización de las nuevas generaciones se tensiona entre tradiciones
disímiles y entre visiones del país confrontadas: los niños se sitúan así en
cadenas generacionales que no se integran socialmente, como sí sucedía en los
tiempos de movilidad social ascendente.
Por último, la versátil, estereotipada y a la
vez creativa cultura infantil, de alcance comercial y no comercial, es
portadora de modelos de identificación que en el contexto de la expansión de la
cultura visual requieren un debate pedagógico sobre las formas de tejer nuevos
sentidos entre lo viejo, lo nuevo y lo posible en la educación infantil.
Explorar los complejos y contradictorios
fenómenos que atraviesan la experiencia infantil, sea en la Argentina o en
cualquier otro lugar del mundo, constituye un desafío para todos los educadores
que de una u otra manera estamos enfrentados a la crítica y la redefinición de
nuestra tareas y de nuestra identidad como trabajadores culturales en las
instituciones educativas.
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Doctora de la Universidad de Buenos Aires.
Investigadora del CONICET en el Instituto de Investigaciones Gino Germani.
Profesora titular de la Facultad de Ciencias Sociales.
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